martes, 1 de febrero de 2011

Donde el corazón te lleve. Susanna Tamaro

Ilaria, me decía, es como un campesino que, tras haber sembrado la huerta y haber visto brotar las primeras plantitas, se ve asaltado por el temor de que algo pueda dañarlas. Entonces, para protegerlas de la intemperie, compra una buena pieza de plástico que resista el agua y el viento y la coloca sobre el cultivo; para mantener alejados los pulgones y las larvas, rocía las plantas con abundantes dosis de insecticida. El suyo es un trabajo sin descanso, no hay momento del día o de la noche en que no piense en su huerta y en la manera de defenderla. Después, una mañana, al levantar el plástico, tiene la fea sorpresa de encontrar que todas las plantas están podridas, muertas. Si las hubiera dejado crecer libremente, algunas habrían muerto lo mismo, pero otras habrían sobrevivido. El viento y los insectos habrían llevado otras plantas que hubieran crecido junto a las plantadas por él; algunas serían hierbajos y las arrancaría, pero otras tal vez se hubieran convertido en flores que con sus colores habrían alegrado la monotonía de la huerta. ¿Entiendes? Así son las cosas, en la vida hace falta tener generosidad: cultivar el pequeño carácter propio sin ver nada más de lo que hay alrededor significa seguir respirando pero estar ya muerto.

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